España necesita un Núremberg que condene a ETA
Tras un Congreso en el que el PSOE decidió sustituir los debates sobre propuestas políticas por varias sesiones de malabarismo y coros y danzas ha llegado la semana en la que el régimen sanchista ha querido que los españoles celebráramos los #diezañosdepaz, al modo en el que el franquismo celebraba sus #veinticincoañosdepaz.
La nueva semana de la infamia finaliza, como no podía ser menos teniendo en cuenta a sus protagonistas, con un aquelarre a favor de los criminales terroristas que adquiere la forma de manifestación en San Sebastián; una manifestación organizada por Otegi, el “heroico” portavoz de ETA, ese “hombre de paz”, que diría Zapatero, gracias a quien Sánchez vive en la Moncloa y gobierna, a través de la tal Chivite, en Navarra. Una manifestación a la que asistirán los socios preferentes de Pedro Sánchez y del PSOE, los delincuentes condenados por golpismo y prevaricación y que han sido indultados por el Gobierno de España.
El “aniversario” de diez años sin atentados de ETA debiera haber servido para que los españoles hubiéramos escuchado la voz de las víctimas, la voz de los movimientos cívicos que protagonizaron la resistencia ante ETA y ante el nacionalismo obligatorio, la voz de los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado que arriesgaron y dieron su vida para defender, en tierra hostil, las libertades de todos los españoles y para proteger la vida de quienes se enfrentaban a ETA. Pero no; los protagonistas han sido los terroristas y sus cómplices, quienes les han ayudado a cometer sus crímenes y quienes se afanan en limpiar su historia de terror.
Como hemos dicho en muchas ocasiones, los terroristas dan miedo; pero quienes los defienden, quienes los protegen y quienes los blanquean para blanquear su propia indignidad y su alianza diabólica con los enemigos mortales de la democracia, esos nos dan mucho asco, un asco infinito.
En España ha faltado pedagogía democrática. No sólo hay millones de jóvenes que desconocen la historia de ETA y de sus víctimas, sino que una inmensa mayoría de españoles no tiene conciencia del origen del terror, de donde reside la verdadera semilla del mal. La lucha de la democracia contra ETA y contra el terror no acabará mientras en España no haya un Núremberg.
Tras la Segunda Guerra Mundial, en el juicio de Núremberg, no sólo se juzgó y condenó a los criminales y sus actos de barbarie, sino que se juzgó y condenó la ideología nazi porque es incompatible con la democracia y porque fue en nombre de esa ideología, movidos por esa pulsión criminal por la que los nazis perpetraron todos sus crímenes. De la misma manera hemos de juzgar la ideología que está detrás de todos los crímenes terroristas, la ideología del nacionalismo etnicista y totalitario, de quienes defienden la superioridad de raza… la ideología que es en la que se ha sustentado el terrorismo nacionalista de ETA y en cuyo nombre instauraron la primera víctima. Y así, hasta asesinar a 857 españoles, 714 de ellos mientras ya vivíamos en democracia.
Hasta que no se condene toda la historia de terror de ETA -no sólo de los actos perpetrados por sus miembros y de los autores de los crímenes- no podremos decir que hemos derrotado a ETA. Mientras la ideología en cuyo nombre se instauró la primera víctima sea alabada y bendecida incluso por quienes hoy forman el gobierno de España, no podremos decir, en puridad, que ETA ha sido derrotada.
La democracia española no habrá derrotado a ETA mientras la ideología que ha provocado sus crímenes no haya sido juzgada y condenada, mientras quienes la defienden no sean colocados fuera de la ley. Ha de haber vencedores y vencidos, no cabe el empate entre democracia y totalitarismo, entre víctimas y verdugos. No hay ningún aniversario de paz que celebrar; en Euskadi nunca hubo una guerra entre vascos ni una guerra de vascos contra españoles. Los vascos, como el resto de los españoles, participaron en el siglo pasado en una guerra civil y unos lo hicieron en el bando de republicano y otro en el llamado nacional. La guerra civil fue entre españoles, no entre vascos. Y, por cierto, los nacionalistas vascos no terminaron con Franco porque este los rechazó tras el pacto que suscribió el PNV con los italianos de Mussolini en Santoña.
Desde que acabara la guerra civil en Euskadi, como en el resto de España, nunca nos ha faltado la paz; lo que no hemos tenido ha sido libertad. Y ha sido el nacionalismo identitario y mortal de ETA quien nos la ha negado. Por eso hoy, tras esta bochornosa semana de “celebraciones de la paz”, quienes nunca abrazamos la paz de Franco hemos de decir alto y claro que nunca reconoceremos como una victoria de la democracia la paz de ETA.
En memoria y por respeto a las víctimas tenemos la obligación de señalar a los verdugos y también a los colaboracionistas y a los tibios. La democracia española no saldará su deuda con las víctimas hasta que seamos capaces de hacer nuestro propio Núremberg en el que se juzgue y condene la ideología y la historia de ETA. Por todas y cada una de las 857 víctimas de ETA tenemos el deber de no descansar hasta que esa ideología criminal sea juzgada y condenada por la historia y para siempre.